El día del 30 aniversario de nuestros padres "precelebramos" con un abundante almuerzo, en aquella vieja mesa de madera utilizada en las ocasiones exclusivamente familiares, antecomedor-cocina compartían espacio sin muros que los dividiera.
Al pasar la canasta de pan a mi hermano mi brazo golpeó el salero derramando su contenido. Cada grano de sal se convirtió en una pequeña hormiga blanca, todos salimos del lugar dejando los platos con la comida inacabada, mi madre cerró la puerta para evitar el paso de los insectos al resto de la casa.
Nadie se atrevió a exterminar aquél prodigio metamórfico, así que instalamos una nueva cocina en el patio, improvisando la cubierta con una carpa utilizada en los días de asado para evitar el sol, y el comedor recobró la importancia de su nombre. Por la mirilla de la puerta cerrada cada tres días (a veces el ritual se alarga a 4 ó 5, por el olvido o el desdén) se supervisa la población de hormigas, esa tarea me fue encomendada, cumpliendo hoy 48 periodos de luna menguante.
Mi reporte asombra a toda la familia, la sobrevivencia de los seres níveos depende principalmente de su excelente administración de los productos que hay en la alacena y en los restos del almuerzo frustrado (la primera ración consumida).
El regimiento se encuentra ahora 8 veces triplicado, lo que hace imposible su destrucción (tanta muerte causaría un impacto en nuestras mentes).
Así se responde tu pregunta al por qué de la puerta atrancada que no has visto abierta nunca desde el día de tu llegada.
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