domingo, 18 de octubre de 2009

No leo libros de autosuperación pero...

El sentido común y los padres dicen que uno debe saber hacia dónde ir. El fin de los veintes da por entendido que el lugar en el mundo ya se debió haber tomado. ¿O soy solamente yo y mi aseveración es errónea?

Hay decenas de películas que muestran que mi creencia es generalizada, o al menos una que acabo de ver: Garden State, un tanto del fracaso, el regreso al hogar y la pérdida de él, los fantasmas del pueblo que te ve crecer y un amor que no puede esperar perfecciones. Los protagonistas pasaron la edad en que la esperanza es creíble y el giro de tuerca no servirá para cambiar la estructura. Se aprieta o se afloja un poquito sin creación ni destrucción. Otra vez me mensajean: Si no se vive lo que alguna vez consideraste perfecto, al diablo, haz algo con lo que tienes y disfrútalo carajo.

Casi siempre la moraleja es que las pequeñas cosas que se tienen son las que importan y que en la espera es más lo que se pierde que lo que se gana. El eterno "disfruta el recorrido, no el final".

Tal vez sea por eso que lo que más me gusta seguir son las ficciones en los que se crea una vida. En este momento estoy enganchada con Ted Mosby y su recuerdo de cómo conoció a la madre de sus hijos (How I met your mother), porque se sobrepone a los fallos amorosos y blah, pero sobre todo (para mí) a los laborales. En esta temporada encuentra su verdadera vocación en aquello que antes le parecía degradante: el arquitecto que se vuelve profesor. De una forma básica lo relaciono, aunque el origen, la Arquitectura, es la misma, las circunstancias son distintas, quiza porque él es producto de un sitcom y yo hasta ahora he manifestado que soy un ser humano que no sigue un guión con escritores que se aseguren tenga un final feliz (¿y qué no dije que el final no es lo que cuenta?).

Ahí está también Ugly Betty, que le da un toquesito de moda y buena vibra al hecho de ser una pieza que está destinada a no encajar.

Me gustaría encontrarle el sentido profundo a mis momentos de diversión, pero son sólo eso, un sencillo escape a la realidad y aunque merezca jitomatazos por decirlo un tanto de inspiración.

Como dije al principio, enmedio y ahora al final, las cosas pequeñas son las que al final importan (nuevo mantra). Acabo de contar las superficialidades que me emocionan, quiero creer que lo hacen porque arañan la profundidad y de cierta manera le meten luz. Evasión le llamarían otros pero trato de evadirme a esa clasificación también (¿entonces por qué me disculpo tanto?)

El hecho es que doy un click y me dedico a estos temas pero al rato me tengo que enfrentar a situaciones que me parecen rudas y duras, y estoy armándome de pequeñas piezas que me den valor.

Adelante, adelante.

Esta vez voy a creer(me)(la).

Dicen que la verdad está ahí afuera.

Y lo voy a averiguar.

Wishlist

Un espejo cuadrado grande con marco ancho y dorado.
Una cámara fotográfica digital.
Una cámara polaroid.
Un buen corte de cabello.
Botas sin tacón y de caña alta.
Un perfume (hace meses que no me he dado las vueltas en las perfumerías como solía hacer).
Un trabajo nuevo.
Una bolsa color miel.
Fuerza suficiente para seguir una dieta y ejercicio constante.
Paciencia.
Más dulzura y menos amargura (mía).

Alguien con quién platicar (en persona).

Y creo que ya.

Esta vez no pido madurez.

¿Para qué?
Cada noche meto al congelador un vaso con agua, cuando la escarcha se forma delgada y quebradiza puedo irme a dormir. La idea es congelar el sueño y cazarlo, tomarle una instantánea y olvidarlo cuando despierte.

¿Para qué tanto esfuerzo si todo desaparecerá y se irá al caño?. La realidad es que soy sedienta crónica y la garganta entumida desaparece mi insomnio.

miércoles, 14 de octubre de 2009

Dawn breaks like a bull through the hall

Es parecido a la muerte, una pequeña y sin relación a la que cualquier puberto pensaría. Una succión en el pecho, ¡fum! alguien con una gran aspiradora, o por qué no, un popote enorme que se bebe el alma.

O lo que quedaba de ella en la niñez.

Creía que todo cambió con la muerte de los veintes pero he recordado que fue antes. Tanto tiempo atrás, cuando de niña descalza moría la tarde y con ella un día fallido. Ya crecería y el futuro se abriría ante mí, todo era esperanza, felicidad y hasta decían que éxito arrasante.

En el fondo sabía que era mentira. Me gustaba hacerles creer que creía en ellos, de la misma forma como fingía al rezar.

jueves, 8 de octubre de 2009

De andares y cantares.


Hace una semana decidí ir a dos conciertos de los que había comprado las entradas con meses de anticipación. Los compré pensando que iría con una amiga que al final no pudo ir y por lo mismo ya no le pedí asilo en su casa. Uno de mis anhelos recientes ha sido vivir en el DF que a pesar de quedarme muy cerca no me ha sido posible mudarme. Me han aceptado en unos 4 ó 5 trabajos, pero gracias a mis malos y más bien nulos hábitos ahorrativos una renta me es imposible. El chiste es que no tengo un lugar a dónde llegar para quedarme por los días (o semanas) en los que me estabilizo.

Después de las quejas vienen las alegrías, porque para estos conciertos mi hermano y su esposa me hicieron el paro brindándome hospedaje. Esto permitió que mis metas de ir a más conciertos antes de cumplir los 30 vaya avanzando un poquito. Aunque debo confesar que ya no me siento para esos trotes, hecho que sentí con mayor intensidad el 30 de septiembre cuando fui a ver a Placebo, el grueso de los asistentes lo formaban muchachos entre 16 y 23 años.

La experiencia se sumó a las actividades que he hecho sola, como ir al cine, a comer (mi menos favorita cuando no se trata de fast food) y viajar. Sin importar no tener con quién comentar los mejores momentos pude disfrutar a un Brian Molko increíblemente carismático y entregado. Mentiría diciendo que soy una gran fan pero me defiendo con las canciones clásicas y fui complacida con mi canción favorita: Special Needs.

Algo que aprendí es que en el Palacio de los Deportes es mejor estar en el área general, yo compré de los boletos más caros y ví de ladito y con ambiente frío casi todo el repertorio, excepto cuando Brian se acercó a la malla que divide el escenario de los asientos. Sí... malla, sobre la que el cantante hizo un chiste de que en la Ciudad de México la gente es tan prendida y salvaje que los tienen que enjaular, suena despectivo pero el sentido fue otro y más bien nos hizo reír.

Para el segundo concierto no dejé pasar mucho tiempo, fue el 3 de octubre y tocó el turno de conocer a Depeche Mode. En esta ocasión fui con mi hermano quien es fan desde hace unos 20 años, otra vez yo iba como una no conocedora, pero mucho menos que en Placebo, ya que a duras penas conocía 3 ó 4 canciones del grupo. Iba más por vivir otro concierto, divertirme y por qué no, conocer el bailecito que tanto llama la atención de Dave Gahan.

Esta vez nos dirigimos al Foro Sol, que recordaré la próxima vez que piense que no hay gente alta en México porque juro que toda estaba enfrente de nosotros y a pesar de que fui más a escuchar que ver salí fascinada de ahí. Parte de mi corazón se va para Martin Lee Gore quien interpretó las canciones que me emocionaron hasta el tuétano. La melancolía, su voz, las letras, la luna llena y la emoción de la gente fueron el marco perfecto de un sábado en el que fui muy feliz.



Ah, y gracias a la última experiencia estoy totalmente obsesionada con esta canción y sobre todo esta versión acústica que es parte del tour Sounds of Universe. La he escuchado unas 231,129.80 veces sin exagerar.




Por ahora dejaré engordar el cochinito y espero que el próximo concierto no tarde demasiado en llegar, este diciembre entro a la recta final de mis veintes y en mi lista faltan muchos Ya ✓ que anotar.