martes, 24 de enero de 2012

De proyectos nuevos.

Regresar a una ciudad que antes te parecía interesante y encontrarla desoladora por pensar que jamás saldrás de ahí fue la sensación que tuve hace dos semanas. Pasaron los días y regresé a los pasos que me recordaron un poquito de felicidad. Descubrí que el frío y lluvia que de adolescente presumía como gusto no era verdad, no me disgusta confesar que mis huesos no tan jóvenes prefieren el calor. Que alguien le diga a mi yo adolescente que muero por unas vacaciones en playa, les apuesto que no les creerá, ah la ternurita.

Entre las cosas buenas de mudarse están los lienzos en blanco que se presentan, desde el lugar en el que uno vive y las revistas de diseño (sin contar que uno estudió algo que tiene que ver pero que la burocracia se llevó esa poquitita creatividad que parecía existir) hasta el modo de ganarse la vida y los periódicos, ofertas, opciones para retomar el estudio o no.

Los pequeños placeres son el antifaz frío para los dolores de cabeza; el cine con todo y prácticas de robo a boleto armado y las series de TV con todo y megaupload echado para abajo ayudan a no pensar en el frío y que no se sabe manejar y que el transporte público de la ciudad suckea, también usar mal las palabras, y diosito bendiga los foros, y el internet, y las redes sociales, y respirar, y el rock band (oh sí el rock band), practicar y no sólo ser espectadora de lo que se ve en Top Chef, y los programas de pastelería que no sirven sin batidora pero uno nunca sabe, y las llamadas por teléfono, y los poquitos amigos, y buscar, siempre buscar.


domingo, 8 de enero de 2012

Eran días comunes, cuando no se tenían deseos y la mañana comenzaba con un baño de agua fría. No era nada zen sino el trabajo que impedía una llamada al gas y la espera interminable entre en un rato se lo llevamos y la entrega final.

Usaba botas, jeans y una playera polo. El cabello mojado se secaba al alcanzar el asiento al lado de la ventanilla. La camioneta recorría un tramo de carretera y el camper se volvía su segunda casa. En la primera sólo se iba a dormir.

En esos días había risas, enojos y hasta pedazos de coral semienterrados en la arena. La mejor época era la invernal. El equilibrio perfecto entre una playa tropical y una brisa fría. Las risas y los enojos ocurrían en ecos, parecido al sonido que se logra al ducharse y tapar los oídos con los dedos, el golpeteo de una lluvia dentro de la casa sobre la cabeza.

Los días comunes pasaron. Se abandonó la playa, se regresó al hogar y otros ecos se construyen más fuertes. Ella dice que ahora está a punto de vivir una realidad. Quiere creer.

Cosas que apasionan.

Desde hace 20 años he aprendido que puedo volverme levemente obsesiva con cosas que me gustan, desde tarjetas de La Bella y la Bestia emitidas por Sonric's, pasando por grabar todos los capítulos de Candy Candy hasta memorizarme capítulos enteros de How I met your mother.

A lo largo de la vida está habilidad pudo servirme para cosas como planear mi boda, el viaje posterior o lograr puntajes altos en zombies vs. plants, pero a decir verdad no me ha funcionado en algo más "real" como conseguir una vocación.

El texto que acompaña en mi descripción es real, tuve calificaciones decentes a lo largo de mi carrera y en mi trabajo casi siempre he dejado una huella de responsabilidad, no en todos desafortunada y penosamente, pero esto va aunado al problema de que no encuentro cómo sacar provecho económico de algo que me guste a morir. Aunque no todo es hiel sobre hojuelas (por decirlo de alguna forma), he notado que las pequeñas tareas donde se necesita ordenas algo sin tener que depender directamente del trabajo de otros es lo mío, pero definitivamente nadie se hace rico de ello.

Esto no es una queja, realmente me di cuenta que el año pasado tuvo un balance de bastante felicidad y acomodamiento en el mundo. El problema ahora es darme cuenta que para mantener las obsesiones superfluas necesito capital, del que sólo podré abastecerme si trabajara en algo que odiase. Digamos que es de esas pequeñas pesadillas materialistas en las que uno cae en pleno domingo, pero debo decir que esas mismas obsesiones superfluas ayudan a evadir el problema. 

Así seguiré cayendo en una espiral. Las espirales no son malas... como lo muestran los ojos de un hipnotizador.