viernes, 8 de junio de 2012

Yo negaba que mi color favorito seguía siendo el morado.


Era no dejar la adolescencia. El rojo es común, el amarillo empalidece. Negro para esa adolescente que aún sigue en mi. La que se acurruca en época de frío y ciertos días duerme sin soñar hasta que los párpados se hacen tan gordos que permanecer con los ojos abiertos es la consecuencia.

Hablar de otra persona y disfrazarla de uno. O disfrazarse y fingir que la historia no es mía.

Me gusta el morado y los colores de moda, teal le dicen. Entre azul y buenas noches.

Quiero un piso de madera o la cerámica que lo imita. La imitación de materiales no es lo más elegante del mundo, pero este es tan bonito y tan resistente que llama el lado de señora en cocina con la confianza de derramar agua sobre él sin que se hinche.

Terminé el libro ya no tan de moda, ese de los hombres que no amaban a las mujeres que usaban cerillas sobre bidones de gasolina y no se qué más. Caí en el cliché de amar a Lisbeth y Mikael, ay tan simplista. 

La complejidad es un concepto que no manejo muy bien. Lo complejo me provoca sueño y retorno a la inmadurez.

El color favorito no ha cambiado.