Aquella vez las cosas no sucedieron como siempre esperó, a pesar de que no creía en ellas, ellas habitaban en su interior, y la hirieron, la dejaron con tanto dolor que lloró enfrente de muchos, con tanto pánico que no quiso confiar más, con tanta desesperanza que no supo cómo recobrarla, su peor sueño realizado y el infernal desconsuelo. Pena superficial para el resto del mundo, abismal para sí.
Era tarde cuando se dio cuenta: no tenía acero para protegerla, una línea añadida a su lista de carencias, realizó esa nota mental, se había dado cuenta de las indeseables, las formadoras de su recubrimiento real, ése de material frágil, despreciado velo tejido con ellas: hebras de un cristal sutil y vaporoso, células aromáticas, ideas con final feliz, esperanzas, ilusiones creadas en la madrugada de su existir. Mejor hubiera sido no descubrirlas, mantenerlas encerradas, ocultas, en el último cajón de su armario, cegarse antes de observarlas, de topárselas cara a cara. Mejor pre-opción: debió evitar las calles donde él rondaba, pensamiento tardío, pero… ¿y qué si su encuentro era inevitable?, ¿y qué si en las líneas de sus manos, en el curso interplanetario y en las manchas de la taza de café se había establecido que sería aniquilada por el desdén? Después de todo él realizó cada paso despreciándola sin siquiera notar la desolación que dejó…La culpa no podía ser compartida, su ignorancia la había alcanzado para herirla de muerte al final.
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