Hoy conocí a un niño con ojos pequeños, él me dice que no le gustan, yo le digo que me encantan porque son tristes, así que admiro a su boca que sabe construir lentamente una sonrisa tan grande que le da a su rostro una alegría melancólica.
Tiene el cabello sobre la frente, igual que yo a su edad, rodillas empolvadas y una familia que aún extraña.
Canta una canción de la que no sabe su nombre, y la canta porque cree que no lo escuchan, nombra a la luna mientras carga a un bebé que debería ser el centro de atención en la vista programada, pero el niño mayor quiere robar cámara, y me alegro, porque el que me interesa es él.
Sé que vive en el tiempo en que Bart y Homero inician su revolución, cuando el Nintendo y Mario Bros no temblaban por la competencia y la vida parecía ser más simple de lo que es, aunque la vida es simple, en ese tiempo lo era aún más.
He conocido a ese niño con 14 años de diferencia, y me siento tan simple al escribir acerca de él con frases trilladas, pero... ¿qué más puedo decir? Tan sólo que esos ojos tristes son míos, que él es mi norte y que estos, mis ojos, se alegran porque yo soy su sur.
Y nada más.
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