Al aislarme relampaguean flagelos de ácido en las sensaciones, todo afuera de mi piel se difumina y las notas de la verdadera soledad funcionan en repeat.
Como en aquellos viajes en autobús: viaje Puebla-algún solitario lugar de Guerrero, solitario como todos los lugares abarcados.
Me ha dado por pensar en esos momentos, ahí, justo cuando el segundo camión del transbordo salía de la terminal del sur capitalino en medio de la luz que moría. Con el alumbrado público a los flancos del camino parpadeando al compás del aire viciado, con los guiños de los faros en los automóviles velando los rostros de los ocupantes, transparentando sombras de dummies en un extraño rodaje urbano-desértico. Un claxon y el ronroneo del motor.
Los autobuses me causan melancolía infinita, esa sensación de suspensión en el tiempo, recuerdos de viajes en la niñez y premoniciones de separaciones futuras,despedidas que apuñalarán la espalda.
Los viajes y yo llevamos una relación cercana al odio. Pocas veces espero con ansiedad el destino, pocas veces he creído que el ánimo subirá mientras abordo algún vehículo. Tan sólo puedo verme flotando en el transcurso que llamo mi vida, cambio de espacio sin destino en acción.
Flotando, esperando que las corrientes del destino sean sabedoras de rutas. Espreranza sobre mis pasos, rogando para que sean más sabios de lo que hasta ahora he podido descubrir.
lunes, 5 de julio de 2004
Escuchando Flying de Seen to Chihiro.
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