Creía que saldrían palabras diarias, las adecuadas y la inútiles pero que fingen serlo, las cabezas asienten y yo me quedaba tranquila, cumplía mi función de hablar.
Poco a poco enmudecí y las cortinas a mi alrededor se ataron, con nudos que parecen imposibles de deshacer sin sangrar la mano completa.
El encierro era inevitable, la ventana cerró herméticamente. Sin luz y sin aire la vida comenzó a desvanecerse. Porque ya no era necesario hablar, ni siquiera con aquellos ojos que expresaban, los gestos de la piel se comprimían en una posición para dormir.
No había salida. La puerta desvanecida con magia malvada. Tan sólo un vaso con agua que se sorbió en dosis lastimeras con la última esperanza golpeada contra los muros.
Sólo quedaba esperar.
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