domingo, 29 de febrero de 2004

Recordatorio que induce a ser feliz

Huele a marzo, se siente a marzo, pero todavía no lo es. Unas cuántas horas más, la feria en mi ciudad se termina y el calor arremete con fuerza.

El año transcurre y como en un efecto cliché de película las estaciones pasan, aquí no se nota con la caída de hojas, la nieve y las flores, sino por el olor, marzo huele a ciruelas, a tamarindo y a mango, tan sutilmente que más bien se siente.

Los poros se dilatan y perciben hasta la más ligera, si así se le puede llamar, brisa, comienza la cuaresma y la gente se comunica por murmullos y ojos entornados, preparándose a la penumbra contrastante de un Sol que hace morena la piel.

Los pasos son deslizados, y los saltos se entrometen cuando un automóvil nos despierta de la ensoñación después de una comida de huanzontles o pescado barato.

Ahora, tan sólo en una recámara con luz amarilla se introduce el marzo silente, un gallo alocado que canta a todas horas, un camión de coca-cola descargando mercancía y un cello solitario que me dice que después de marzo sigue abril.

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