jueves, 5 de febrero de 2004

Llamémosle adicción

A la ciudad donde vivo las películas llegan con un mes de retraso aproximadamente, es por eso que la sorpresa arrasadora es tardía. Es difícil no escuchar opiniones, tener reseñas, saber pedazos a medias, evitar los adelantos y aguardar pacientemente para descubrir el misterio que desenvuelve un guión.

En las salas de cine igualtecas, en la renta de videos y más aún en las películas pirata (nada recomendables, pero vamos, la duda corroe) se extrañan la calidad de imagen y el sonido: esencias, comodidad de una butaca reclinable y hasta el sabor de un refresco rebajado con agua.

Pero agradezco que después de todo, los mundos paralelos aparecen ante mis ojos, un poquito diluídos, eso sí, pero bien se sabe que una historia bien contada, siempre tiene fuerza para atravesar cualquier coraza e internarse en lo más profundo del sentir. Cubrir la necesidad de adentrarse en otras mentes.

Es hora de la dosis: Internad imágenes en mí.

P.d. Sí, sí, a veces uno se lleva chascos, pero siempre hay algo que rescatar.

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