domingo, 8 de febrero de 2004

Cuando no hay de otra

Hay aroma a naranja y a limón en la casa, un retrato en un marco viejo y un café a punto de hervir, tuvo que hacerlo esperando la llegada de Hernán, ella prefería coca cola con hielos que atormentaba aún más su vientre inflamado, días no propicios para hacerla enojar. Trapeaba descalza, sintiendo la humedad del día lluvioso dentro de casa.

Nora sabía que las imágenes en las que quiere vivir no son realidad, aún así se pierde en tiempo indefinido entre cientos de historias falsas, libros, películas, canciones, lo que sea necesario para perderse.

De vez en cuando intentaba inventar historias por su cuenta, una en la que ella fuera la protagonista, con Hernán desaparecido de su vista, o al menos transformado en poeta, en hacendado, en trotamundos, en cualquier hombre que le provocara mayor satisfacción. Pero sabía que era inútil, se imaginaba situaciones tan cotidianas que sus cuentos terminaban por causarle desinterés.

Era necesario inventar que caminaba entre piedras de río y la espuma rozaba en sus pies cuando pisaba el agua con limpiador aroma fresco de la capa que cubría el piso de su casa después del aseo. Soñaba que le degustaba vino en cristal fino cuando se servía un refresco en una copa vulgar de supermercado.

Ahora, oye unas llaves entrar al cerrojo de su casa y se levanta a servir el café a la llegada de su poeta, de su vagabundo, de su simplemente hombre aburrido. A su verdadera historia le hace falta tinta, lista del supermercado entre el líquido limpiavidrios y filtros para el café.

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