Y cesó el ruido de los vecinos, y comenzó el agua que corría goteando en la noche convertida en eternidad, derramándose como la búsqueda desesperada entre los cajones. A través de la noche infiltrada, a través del día en sus últimas horas oscuras, y en medio del eco de los pasos perdidos y el contraste del filo y la rugosidad de sus poros y el reflejo del ojo en sus uñas pulidas.
Dejó caer las piernas al lado de la cama que le ardía como su propia fiebre, con la lengua seca y pesada, y los ojos a punto de llorar, dolor de cabeza y ansiedad. Encendió la luz que le provocaba más ardor, pero le hacía perder algunos pensamientos de terror. ¿Y qué si no dejaba esa habitación nunca más consumiéndose hasta morir?...no, demasiado aburrido. Después de todo la lluvia pronosticada para la mañana siguiente le hacía pensar en salir a comprar algunos anillos de plata y sentarse a observar la gente que preguntaba por portarretratos, tarjetas viejas de futbol, y hasta aquella que decidía trenzar su cabello con hilos de colores, todo encapsulado en la calle que cada fin de semana se volvía cómplice de mercaderes y gente con ganas de gastar. Quizá hasta se animaría a una nieve de limón con vino.
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