Era el tiempo en que pedía un vaso de miel en la casa donde estaba prohibida, el ámbar y los niveles de glucosa son peligrosos, decían.
Era el tiempo en el que el cabello corto hacía lucir la cara joven y la gabardina de mezclilla moda de temporada pasada acompañaba largos días, largas noches. Esa gabardina fue testigo de un engaño en librería, viejas historias.
Podría añadir que era tiempo de inmensa soledad pero también de fe en el futuro mejor. Hoy no ha muerto esa creencia (del todo) pero se ha vuelto dura. Igual que el fosilizado deseo de dulce invadiendo la lengua, de gotas pequeñas que se peguen a la piel como lunares que brillan.
O no, tal vez la forma permanece, sólo que el gusto se ha vuelto opuesto.
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