La niña de ojos oscuros intenta explicarla a su hermana mayor lo fantástico que resulta que el príncipe guerrero de su libro atraviese un bosque más oscuro que la negra noche para rescatar a su familia, su honor y quién sabe, quizá encontrarse con la muchacha que en un final más cursi pero feliz acrecentará su estirpe. Pero la frase resulta tan larga que pierde el aliento y su cara se torna un poco lila, ha hablado como vendedora de tupperware y jafra bajo el sol frente a una puerta semicerrada y una ama de casa malhumorada. De igual forma ha sido ignorada.
Quería sentirse aceptada, dentro de una asociación, ¿entiendes mis gustos? seguidos por una afirmación. Quería sentirse cómplice de alguien. Pero su familia no podía satisfacer sus antojos de vida.
Tendría que esperar unos años más.
Cuando seguirían sin entenderla. Para ese entonces otros gustos extraños además de no serle secundados, le serían cuestionados. Pero ya no le importaría.
La niña de mirada oscura había encontrado otra vista como la suya, unos ojos más pequeños pero tan inseguros y tristes como los de ella. Y a aquellos ojos les gustaban mirarla, podían soportar sus extravagancias e inquietudes, sus frases largas y sus silencios cortos, las noches en que lloraba y los días en que buscaba respuestas sin atreverse a mover su cuerpo para no lastimar su alma. Su personalidad rechazada quería crecer creyendo al lado del dueño de los ojos comprensivos que le atraían con tanto fervor. La antes niña no necesitaba más.
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