sábado, 3 de enero de 2004

Ácido acetilsalicílico y olé.

Mi dolor en la nuca es paso doble, es tango, es mambo, simplemente ritmo, pero,

inconveniente:

odio tanto bailar.

Le tengo manía al un-dos-tres desde la infancia, creo que esas clases de flamenco, ¡ésas benditas clases de flamenco! ...

Noches enteras de terror nocturno de los 5 a los 10 años, con la firme creencia de que más temprano que tarde terminaría muriendo de asfixia entre holanes y telas a lunares.

Y esos zapateos, ¡ésos malditos zapateos!, nunca tuve más miedo por mis pies. Mis dedos se encogían dentro del zapato de tacón y hebilla, temerosos por el machacado gratis, auch de haber sido así.

Por fortuna tales temores nunca se realizaron, suspiro. Como prueba: mi llegada a la ma-durez (de genio y no genialidad) y mis pies sin fallas.

Pero el trauma, ¡ah sí! El trauma de las clases obligadas por una bailarina frustrada apodada madre originaron a otra frustrada –ésta yo, violinista (¡ah sí, magnífico artífice de sonidos inútil en mis manos snif).

Con lágrimas en los ojos me despido del conservatorio nunca conocido -snif fin-, para presentarme como muchacha cara de asesina serial a quien ose entonar un molesto ¿quieres bailar? analogía mosquito en la oreja 3:00 am. un grrruñido es válido.

Estado actual: dolor de nuca recordadora de amarguras infantiles.

Digo… una aspirina me hubiera librado de tanta palabrería. Comper.

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Fotografía: Juan Salido

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