viernes, 19 de noviembre de 2004

Divagando.

Tengo sueño y la oficina huele a limpio, Recuerdo la casa de una de mis mejores amigas, que olía demasiado a limpieza, se perdía en verdadero aroma familiar, es un hecho que cada casa huele distinto, y ese olor en particular me hacía sentir incómoda. No es que mi casa sea un cochinero y huele a mugre, es tan sólo que en ella sobresale el aroma del guisado que se prepara o la loción de algún hermano despistado. De forma contraria la madre de mi amiga no sabía cocinar, y recuerdo con cierto trauma la ocasión en que su hermana nos hizo comer una crema de fresa caliente.

Otra casa de pisos con exceso de pinol era donde tomaba clases de catecismo, la casa de mi maestra la pelirroja, al terminar las clases solíamos jugar en el patio, hasta que mi papá llegaba en su Ford Elite del ’80, comprado meses antes de mi nacimiento, ambos, auto y yo envejecíamos a la par, hasta que él fue vendido y yo seguí mi recorrido junto a la familia LR.

Dos años fui a catecismo, aparte de la casa de la pelirroja, fui a una donde era la única alumna y los mosquitos me tomaban de tiro al blanco. Mi lugar favorito para catequizarme era el atrio de la parroquia, pero los niños de mi edad aún no sabían leer y escribir muy bien, y como yo ya lo hacía en un nivel algo mayor me aburría de sólo dibujar pasajes bíblicos, y me distraía fácilmente mientras veía a la luz del sol traspasando las copas de los tamarindos que rodean el lugar, o tomaba una ramita para deslizar mis dedos e ir desprendiendo las hojas chiquititas (¿quién dijo ecologista?).

A los dieciocho años me pinté el cabello de rojo, dejé de ir a misa y me rehusé a trapear una vez más la habitación de mi universidad, situación que duró hasta que me daba vergüenza mostrar el lugar y quise oler de nuevo al fabuloso olor limón.

Hoy tengo el color del cabello entre negro y castaño, sigo sin ir a misa y tengo ganas de comprarme un auto de color oscuro para encaminarme (o si me alcanza para las casetas enautopistarme) al norte, como a 1800 km. de acá.


Para terminar, en la oficina ya no hace tanto calor, el tiempo de pensar(escribir) en cosas irrelevantes se ha terminado y tengo ganas de un agua de tamarindo muy fría.

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