Ayer sentada sobre hierbas frías por rocío miniatura, observé el árbol triste, el del tronco color chocolate con hojas de infinitas gamas verdes y púrpuras.
Fue cuando aquella hoja, la más violeta fluyó inerte, ingrávida, pero libre sin el peso de la culpa por no amar.
Contaban las voces abandonadas que ella viajará eternamente sin caer [la afortunada], sin desear el reencuentro hacia su origen, sin deseos de pertenecer. Muerta.
Tan distinta a mí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario