Las maquetas que nunca me salieron
Entre pliegos de opalina, arcoiris, cromacote y batería la opresión sudaba frío. Una entrega de proyectos que atormentaba con la inutilidad de mi maquetería. Pero, que mejor que las texturas y los colores, el carrito que transporta la negación de las esquinas maltratadas y su sucumbir entre las manos de los dependientes que cobran su precio.
En el otro extremo de la tienda, el presupuesto de la Frida poco organizada volaba entre tubos de uhu amarillo, hasta el día en que un sustituto de empaque verde limón comprobaba que lo caro no siempre es la mejor opción, y qué me importaba la piratería de fórmulas adhesivas, al final no hay riesgo de la AFI cateadora y un moka frappé en las pláticas al final de clase era po$ible.
Retorno a la excursión entre materiales de arte. Un pie fuera y la lluvia, o el cambio de 5 pesos de 300 que no permitía un taxi, descorazonadamente la línea señalaba un apretujo de combi, cuando la llegada del microbús era demasiado soñar. La estudiante aprendió que el deseo no se cumple con pedir al cielo.
En memoria de la melancolía hoy tomaré cafeína en altas dosis y no dormiré. Como aquellas noches en que el estilete corría –a veces entre mis dedos- , mis escalas humanas recordaban la talla de un semigigante y la música se repetía en ciclo constante hasta que el amanecer calentaba la adolorida espina dorsal.
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