miércoles, 26 de mayo de 2004

Momento Suntory.

El día comenzo nublado.

La noche terminó con un abrazo y palabras al oído que no pude distinguir pero sí intuir, en una película donde los pasos de tacón bajo y deseos amarrados a un árbol, se mezclan con un té que finge ser whiskey y un dinosaurio caminando sobre paraguas transparentes, una novia en un templo donde los troncos cortan el agua y el tren retorna al elevador donde él la vió por primera vez.

Hoy la mañana ocurre normal, sin pequños robots que miren a los ojos desde su pequeña altura, ni fuegos artificiales, ni karaoke.

No quiero ser ella, no me gustaría serlo, o quizá en parte lo quiero y lo soy, porque el arte se vive y se apropia, quizá la imagen se mistifica en la comparación, pero las mismas dudas del ser, el miedo a no sentir y la sutileza del amor coexisten en la presente realidad y durante 2 horas de ayer.

Y es entonces que la sonrisa se bate sin parar, el corazón (ése que aprendo a nombrar) se cobija un poco acongojado y un poco ilusionado descubriendo que el eterno cielo se cubre de gris.

Después de todo la vida es y no se para, allá nosotros si tomamos nuestra soledad y la aventamos al ruedo para impregnarla de neón.

Aunque nada garantice que brille en nuestra imperfecta eternidad.

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