Esta noche los sueños no podrán abrazar.
Ocurre que las frambuesas se acabaron, y me he quedado frente al congelador abierto y los brazos tirados, zafados en la angustia del azúcar glass sin acompañante. Podría recogerlos si mis lentes no se opacaran, si las ganas de lucir braceletes renaciera, si se necesitaran para dormir.
Con la barbilla cierro la puerta superior del refrigerador, los pasos cansados me llevan a mi cama y mi estómago retumba con un antojo feroz.
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