domingo, 31 de octubre de 2004

Una noche.

La puerta cerrada con llave indica que la hora de dormir ha llegado, sobre la casa el silencio convierte los ladridos de los perros vecinos en torturas para la paz, y la intensa sed lucha contra la pereza de levantarse, hasta que un temblor en el cuerpo indica que la mente ha pensado en la nada, el miedo más profundo, dejar de ser y nunca regresar, como cliché de pavor se siente la gota de sudor recorriendo la espalda, de la nuca al cóccix el rastro húmedo, el corazón parece reventar y un impulso yergue el cuerpo.

Los pasos despiertos y agitados encaminan a la insomne a la recámara del dormido, le dice entre nervios erizados que la noche se ha vuelto mala. El dormido ya no recibe ese adjetivo, porque su tarea ahora consiste en recostarse al lado de la miedosa para abrazarla y contarle un cuento. Él se convierte en dragón que busca malvaviscos en un castillo donde sólo vive una princesa, el final llega con el sueño logrado de la que no podía dormir. Todo esta bien, la noche recibe el descanso de esa casa y permite que la nada y los ruidos inquisidores sigan su curso sin molestar.

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