Eran muertos tempranos, con rutinas tan aprehendidas que no pudieron soltarlas a pesar de que el reloj les demandaba un alto a sus quehaceres de escuela. Su recreo terminaba para siempre, ¿pero cómo decírles la noticia cruel? Era mejor aguantar el temblor de la mandíbula y el frío en la espina al verlos desfilar, formados tan perfectos, tan pulcros, dignos de su uniforme caro.
Sin saber que el escudo bordado representaba la vida, ¿y quiénes no llevaban la insignia? pobres ingenuos, ¿hasta cuándo notarían la falta de respiración?.
Enmedio de un baño de mosaicos verdes con un sonido de percusión (zapatos de niños multiplicado con ecos), la intrusa de cuerpo grave no entiende lo que sucede hasta que despierta, o al menos eso desea creer, liberándose de...
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