viernes, 2 de abril de 2004

Se solicitan hechiceros

Hoy los zapatos rojos bailan por si mismos. La Dorotea interna dice que no hay lugar como el hogar. Pero, se extraña el aire añejo de la ciudad perdida, la de campanas color cobre bajo un cielo ahumado y calles con piedras de aroma a lluvia interminable.

Y ni siquiera son todas las querencias, existe otra, aquella que no conozco pero me pertenece. Un lugar al norte donde los –días- comenzaron en junio, poco antes de mi graduación (tal vez somos 2 los que recordamos). Es allá donde radica el impulso para leer más versos espaciando mi prosa, para atender el jazz que me inquieta cuando la voz es muda, y que comparte en las noches un blues con condimento de percusión y una melodía un tanto hecha por risas simples (las mejores).

Por todo éso, quisiera atar un lazo azul celeste alrededor de los 3 espacios que forman mi rompecabezas sensible, hacer un nudo corredizo y apretarlos tan fuerte que las distancias se compriman. Un voilá que preceda a los cien kilómetros transformados en un metro, al metro en un insignificante desliz, donde sólo valga la pena hablar de los pasos pequeños.

¿Alguien conoce el conjuro de las no distancias? Tenga piedad chillona y compártala por mil favores. El pago no importa, si es necesario, mi deuda con usted eterna será.

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