Presentación de la mujer sin.
Una mujer con la piel hecha costra de años, soles y pasos rápidos que rara vez detienen sus cuerpos y cabezas para mirar la mercancía que ella ofrece sobre un mantel verde deslavado: cubetitas llenas de ciruelas violetas y rojas, latas de sardinas copeteadas con ayocotes y servilletas para tortillas bordadas rústicamente a causa de su vista roída por la vejez.
Después de todo ¿quién es ella?, madre y abuela olvidada, viuda por convicción, más de 10 años que el hombre con el que se había casado cruzó la línea fronteriza prometiendo dólares para una vida mejor. Los billetes verdes jamás llegaron, noticias de haberlo visto con otra mujer y una vida un poco más ligera tocaron a su puerta. Según su código, un peso menos en el tonelaje arrastrado, 10 años sin tener con quién compartir su soledad, sin nadie más por quién preocuparse, si tenía frío o calor solo a ella le calaba, si reía o lloraba nadie a quien ocultarlo, sus ventas y la comida que generaban sólo le incumbía a su estómago satisfecho o desnutrido. Sólo ella que bordaba y trenzaba su cabello cada día recargada en su muro de piedra.
Sin comparación alguna con los trozos de manta sobre las que podía plasmar figuras nuevas, sin deseos de muerte ni de vida.
¿Qué si es verdad lo que he contado acerca de esa mujer?. No. ¿mentiras? tampoco. Tan sólo he descrito lo que sus ojos reflejaron en el momento en que cruzamos las miradas.
Ahora comprendo la realidad...su mirada/ espejo tan sólo me hizo ver una analogía de mi recorrido respirando: Me presento ante ti, puedes llamarme la mujer sin.
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