A la superficie otra vez. Nata agria. Espasmo en el vientre. Retinas quebaradas. Lengua hastiada. Cuerpo enroscado y cabello ensalivado. Gracias por volver. Recuérdame odiarte.
Caducidad de deudas.
Derrotado como siempre, quieres salir de ésta con una excusa eficiente para hacerle sentir lástima por ti, patético de tu parte, ¿esa palidez en tu rostro es real o actuada?, si es lo segundo lograrás mentir al 98%. Eres un reflejo maduro de esa niña que chantajea con lágrimas teatrales a su papá por un muñeco, ¿los puedes ver?, eres reflejo de la niña y del muñeco a la vez. Inmóvil e inútil, hasta es posible en el estado que te encuentras apretarte para sacar un chirrido. Oscurece rápido, claro, es invierno, lo notas y al levantar la vista al cielo, aprovechas y pides a Dios que el cobrador de tus deudas no llegue hoy ni nunca, hasta tus manos parecen juntar sus palmas imitando a la virgen estampada que llevas en la cartera, pero de piadoso tus pensamientos no tienen nada, un carro que lo atropelle, una enfermedad repentina y mortal. No por ti, no por trabajo o un rumbo productivo en tu vida. Pides por él, pero ahora si, que con esas oraciones para que quiere maldiciones.
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