miércoles, 23 de marzo de 2005

Martes de semana santa

Cubierta la vista los sentidos del dolor son encapsulados, calor, sed, pies que pisan filos, la tela que cubre el cuerpo impuro explota en rasguños. Es la fe, la esperanza de que el dios arrogante se apiade de su siervo.

Son las tradiciones de los pueblos sureños. Los agachados, mártires en semana santa, pecadores se autonombran, ofreciendo su dolor a la salvación de las benditas almas del purgatorio, al perdón de sus miserias, al morbo de los espectadores, niños comiendo palomitas, apostados en los muros que rodean la parroquia, sintiéndose agraciados por tener un excelente ángulo de las espaldas dobladas en ángulos que de tan sólo verlos provocan dolor propio, sangres que escurre por los omóplatos o tropiezos de hombros cansados por cargar imágenes.

Es mi gente. No sé cómo explicarles que ese alguien al que adoran aborrecía los circos.

¿Entonces?

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