jueves, 20 de enero de 2005

Ahogados

¿Cómo hacer medianamente interesante una historia que en realidad no es más que una hilada de descripciones? ¿Descripcionista será la palabra adecuada? No importa. Es sólo que tenía que contar sobre el día que dormí diez horas seguidas y soñé...

Con un lago donde una embarcación tipo barco de mickey mouse iba de picada al fondo, mientras yo, con doce años o menos trataba de persuadir a un niño desconocido de meterse a nadar.

El paisaje era tan de película gringa, como mi argumento para salvar al deseoso de zambullirse de la fuerza succionadora que creaba el hundimiento (¡irás a parar al fondo fangoso necio!). Otro preadolescente se unía a mi causa gritando y metiendo medio cuerpo en el agua para salvar al mocosillo que ya comenzaba a nadar, emocionado por las ondas que formaba la inmersión.

Era tarde. Un torbellino de agua nos hundió a los tres.

Comencé a ver a través de un velo azul que me permitía distinguir en la cara del otro muchacho -intento de mesías- la misma angustia que yo misma, adivinaba, debía reflejar.

Pensaba, soñando, cuánto podría aguantar sin respirar, cuándo podría vencer la fuerza que impedia sacar mi cuerpo a la superficie, mientras mis piernas y brazos se agitaban en un movimiento menos desesperado del que presentiría en una situación así.

De pronto salí, sorprendida de lo rápido en que pasó todo, pero mi entorno había cambiado, estaba ahora en una bahía flanqueada por árboles tropicales, una barrera de espuma, rastro del barco hundido, impedía ver la playa.

Después de darme cuenta que los otros dos contemplaban sanos y salvos lo mismo que yo, había una sorpresa más, no éramos los únicos flotando, hubiese podido contar otras quince o veinte personas. Al verlos a los ojos una revelación inundó mi razón, todos compartíamos una característica, no éramos salvos, el agua nos había dado la condición de muertos, empujándonos a otra dimensión, en donde respirar no significaba que podíamos volver a nuestra "vida anterior".

Todos los presentes nos reconocimos y comenzamos a salir, era hora de comenzar con nuestra primera jornada, la que implicaba el nuevo status.

No recuerdo como prosiguió el sueño, el recuerdo se difumina, nublándome la explicación de la forma en que las docenas de muertos formábamos una comunidad, donde nuestra forma de existir era a base de recuerdos, estábamos por así decirlo condenados a vivir el día favorito de cada uno de nosotros, en la premisa de: todos los muertos para el día perfecto de uno sólo, un eterno ciclo de felicidad.

Recordé el capítulo de los simpsons donde Marge y Homero van a la atracción del eterno año nuevo en el parque de itchy & scratchy , y ella menciona que vivir esa fiesta debería ser lo mejor del mundo, mientras un mesero que la escucha se acerca a ella y sólo pronuncia un angustiado mátenme.

Fue tan extraño.

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