He perdido la costumbre de girar los dedos como cucharilla revolviendo azúcar en el té, de la forma en que dibujo espirales en una espalda fría en la madrugada y de la manera en que los ojos de niños pequeños y a veces gatos (también pequeños) se hipnotizan por el reflejo de la luz que baila en mis uñas.
El sábado pasado conté hasta cinco mil doscientos treinta y ocho sin dejar espacio entre una palabra y otra (fue en voz alta). Me cansé de esperar, me paré de la banca y me fuí. Aprendí lo que es ser abandonado y despreciado. No dolió nada.
Hoy planeo una fiesta en una playa, de noche, con alcohol y carreras de autos. También planeo un viaje a Nueva York. ¿Qué es lo primero que se cumplirá?. Yo no apostaría.
Perdí la receta de aquel pastel hecho con la substancia más deliciosa del universo conocido y desconocido también: Nutella.
Me he comprado una cartera (porque así le llaman a las bolsas en mi revista Glamour edición española y hoy quiero sonar muy chic) que combinan perfectamente con mis zapatos Manolo Blahnik y me siento completamente segura para Navidad. Creo que simplemente luciré es-pec-ta-cu-lar (gracias crema que mejoró mi derrière *pág 78 edic. oct 2006).
Necesito un café exageradamente cargado de cafeína para poder despertar.
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