Busqué un abrigo gris, tono ratita mojada pero sin el olor, al contrario, cuando lo encontrara pensaba vaciarle entero el frasco con esencia a caramelo quemado. Me recuerda a la vez que intentamos hacer manzanas dulces y no funcionó, quizá sí te acuerdes.
De zapatos preferiría no hablar, si quedara de mí andaría descalza, tristemente no tengo bonitos pies, resultan algo grandes y mi idea no era recordarte a esa trilogía de la que eres un medio-decente-fan. Lo mismo, el look burocrático tenía que salir, botas altas y el corazón oprimido. Todos saben que en las oficinas el ambiente no deja expandir las ideas, mucho menos un palpitar estrenduoso.
Encontré todo lo que buscaba y para celebrar arranqué unas flores púrpura y te hice un té, me sentía en Londres gracias al smog y al reloj con números negros arriba del televisor. La tetera que silba la compré con mi cheque anterior. El brebaje resultó poco bebible y terminó viajando al drenaje. Un chorro de café a la leche helada y la tristeza por el plantón.
No llegaste, no hablaste y no te pude presumir que al abrigo se unieron dos discos, originales, importados y brillantes. La música era la brillante y mi corazón empezaba a tomar su tamaño natural.
Era fin de semana, así que me quedaban dos días para ser feliz.
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