En la madrugada estaba a punto de subirme a un juego mecánico cuando me arrepentí, observaba desde mi cómodo lugar con los pies en la tierra a un puñado de infortunados que giraban y rebotaban en un artefacto que al estilo transformer pasaba de ser un kamikaze a una maraca cuyas bolitas sonadoras eran humanos. Vi a una adolescente vomitar y ponerse blanca como ¡oh originalidad!, papel a la que bajaban sus amigas cargando de pies y manos pues se había desmayado, igual que una niña a la que momentos antes sus papás habían subido aunque el personal de seguridad del juego no se veía muy convencido, por la edad que tenían.

Desperté, el sueño parecía real y no recordaba en dónde estaba hasta que el foco verde del cargador de mi celular me reanimó por completo. Hace mucho tiempo que no me sentía tan sola como en la madrugada de anoche.

Todavía no sé cómo lograr combinar todos las piezas de mis deseos, hecho que me frustra, me provoca pesadillas extrañas y recrea una tristeza que dura medio día sí y media noche también.

Tal vez todo lo que necesito es un helado de chocolate oscuro y una ipod llena de mis canciones abandonadas en el camino. Tan sólo por decirlo ya me animé, creo que simplemente necesito quejarme para animarme joi joi.