sábado, 27 de agosto de 2005

Pareciera que el sueño nunca llegará, noche tras noche es la obligación de descansar como todos los demás, sin escuchar los murmullos de la noche ni los sonidos agudos de la madrugada en estado conciente.

Debería dormir tan tranquila con esta vida tan sin sobresaltos.

Los días deberían resbalarse entre líneas suaves y onduladas, sin los filos ni los baches que aparecen dañando al alma (ese sentimiento hueco en el pecho quizá no tiene nombre).

No sucede como debería.

Es la piel eternamente fría la que me quiere decir algo, andando en búsqueda de calor que disuelva. Quizá es otra cosa que jamás llegaré a comprender.

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