No debí decir adiós cuando todavía usabas zapatos de color.
Así me dijiste a la vez que me regalabas una jaula con un canario, yo quise reír pero la tristeza del encarcelamiento hizo el equilibrio entre la lágrima invisible y la sonrisa fingida.
Después fuimos por un helado de yogurt y volvimos a empezar.
Así me dijiste a la vez que me regalabas una jaula con un canario, yo quise reír pero la tristeza del encarcelamiento hizo el equilibrio entre la lágrima invisible y la sonrisa fingida.
Después fuimos por un helado de yogurt y volvimos a empezar.
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Me aferré al té helado y la tarde de lluvia sin frío, era imaginar una ciudad que no sabía si podría conocer. Usé mil verbos y aún más adjetivos. Pasó el tiempo, conocí otra ciudad aunque nunca la de los sueños. Regresé. La huida se pospone. El té helado permanece aplacando el calor.
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Alguien me recordó las cáscaras de papa, esas que se fríen y con un poco de cebolla y chile saben mejor. La cosa es que nunca las he probado más que en mi mente y ni así paro de salivar. La frase cáscaras de papa es mi pelota perros de Pavlov.
Reencuentros, después de muchos con la misma persona aprendí que no son lo mío.
ResponderEliminarMi abuela nos cuidaba a mi prima (3 años menor que yo) y a mi cuando eramos niños y nuestros respectivos padres trabajaban todo el día. En fin, ella nos hacía cascaras de papa fritas con sal y desde mi niñez no he vuelto a comerlas y no las recordaba hasta que te leí.
Que bonito es lo que escribiste. Nunca deberías comer cáscaras de papa. Nunca nunca nunca.
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