lunes, 26 de julio de 2010

De tres en tres.

No debí decir adiós cuando todavía usabas zapatos de color.

Así me dijiste a la vez que me regalabas una jaula con un canario, yo quise reír pero la tristeza del encarcelamiento hizo el equilibrio entre la lágrima invisible y la sonrisa fingida.

Después fuimos por un helado de yogurt y volvimos a empezar.

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Me aferré al té helado y la tarde de lluvia sin frío, era imaginar una ciudad que no sabía si podría conocer. Usé mil verbos y aún más adjetivos. Pasó el tiempo, conocí otra ciudad aunque nunca la de los sueños. Regresé. La huida se pospone. El té helado permanece aplacando el calor.

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Alguien me recordó las cáscaras de papa, esas que se fríen y con un poco de cebolla y chile saben mejor. La cosa es que nunca las he probado más que en mi mente y ni así paro de salivar. La frase cáscaras de papa es mi pelota perros de Pavlov.

2 comentarios:

  1. Reencuentros, después de muchos con la misma persona aprendí que no son lo mío.

    Mi abuela nos cuidaba a mi prima (3 años menor que yo) y a mi cuando eramos niños y nuestros respectivos padres trabajaban todo el día. En fin, ella nos hacía cascaras de papa fritas con sal y desde mi niñez no he vuelto a comerlas y no las recordaba hasta que te leí.

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  2. Que bonito es lo que escribiste. Nunca deberías comer cáscaras de papa. Nunca nunca nunca.

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