No debí decir adiós cuando todavía usabas zapatos de color.
Así me dijiste a la vez que me regalabas una jaula con un canario, yo quise reír pero la tristeza del encarcelamiento hizo el equilibrio entre la lágrima invisible y la sonrisa fingida.
Después fuimos por un helado de yogurt y volvimos a empezar.
Así me dijiste a la vez que me regalabas una jaula con un canario, yo quise reír pero la tristeza del encarcelamiento hizo el equilibrio entre la lágrima invisible y la sonrisa fingida.
Después fuimos por un helado de yogurt y volvimos a empezar.
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Me aferré al té helado y la tarde de lluvia sin frío, era imaginar una ciudad que no sabía si podría conocer. Usé mil verbos y aún más adjetivos. Pasó el tiempo, conocí otra ciudad aunque nunca la de los sueños. Regresé. La huida se pospone. El té helado permanece aplacando el calor.
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Alguien me recordó las cáscaras de papa, esas que se fríen y con un poco de cebolla y chile saben mejor. La cosa es que nunca las he probado más que en mi mente y ni así paro de salivar. La frase cáscaras de papa es mi pelota perros de Pavlov.