Sacó unas cuantas monedas de la bandolera y decidió entrar a la tienda mientras el acompañante terminada de indicar el aceite, el aire en las llantas y todas esas cosas que no entendía. Dos latas de sprite y una bolsa de doritos serían los acompañantes.
La radio sintonizaba un par de estaciones, pero gracias a algún tipo de cielo en el que aún creía podrían hacer uso de todos los mixtapes que resumían su historia. La gasolina fue el último detalle. Subieron casi en sincronía y arrancaron. Era la huida perfecta. Empezaban la vida de la que ninguno de sus antiguos conocidos sería testigo jamás.
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