Quería empezar con la misma palabra del título pero acabo de arruinarlo, ya empezó el fin de año. Diciembre es un mes en el que me obligo, o más bien me permito ser feliz. Muchas veces fue opacado por mis anhelos infantiles y mi educación televisiva, yo quería una Navidad al estilo Picapiedra, Supersónicos o ya de perdida a lo Chip and Dale.
Mi realidad era más bien una familia común y medio disfuncional como todas, un paisaje alejado de la postal de nieve y chimaneas y cercana a lo tropical. Fue en mis tiernos años que conocí la desilusión y al terminar las fiestas la melancolía estilo "elotroañodeseguroesmejor", ahí empezó mi relación amor-odio con estos sentimientos que me permito decir son la sal y pimienta de las existencias sencillas com la mía.
Con el paso de los años no puedo negar que sigo anhelando una imagen difícil de alcanzar, sobre todo cuando las creencias religiosas cambiaron drásticamente, pero yo como en Japón o cualquier comunidad pro Santa Claus no dejo de disfrutar las celebraciones sólo por el simple hecho de reunirme con gente que nada más en este año reencuentro.
Presente:
Estos días he salido del trabajo más tarde de lo normal, es tiempo de cerrar ejercicios y quiero ganarme mis vacaciones, eso y el hecho de que el anochecer comienza más temprano ayuda a que mi recorrido, que incluye una explanada con un árbol gigante con luces y esferas convierta mi corazón en una mezcla de ponche y villancicos.
Sí, esta entrada derrama miel, simplicidad y clichés, de los que contrariamente a mi costumbre no me disculparé.
Sonrisita y abrazo al mundo, sí cómo no.
Vamo'aver qué sigue.
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