domingo, 21 de enero de 2007

Domingo

Playera de color tristemente indefinido, tenis y cabello mojado me acompañan mientras cruzo el mar, dejando mi isla para acercarme a tierra firme, al continente, al cine en donde sí exhiben la película que deseo ver. Ahí creo que caminaré en la avenida y en la plaza que se parece a tantas plazas, con las franquicias que uniformizan al mundo, y aunque mi parte rebelde las detesta mi parte que entiende la comodidad de ser parte de un grupo me hace asentir, que si el café, que si el maki, que si la tienda con tallas que apenas cubren mi demanda. La felicidad está en cosas absurdas y en cosas profundas, pero este día no quiero dificultades, quiero la cosquilla y la reacción, sin la ceja levantada, el autodrama y la adolescencia tardía.

Es la forma en que me tranquilizo cuando el trabajo me pide otras habilidades, aún me siento de “chocolate” en el proyecto que estoy, aún siento que no ejerzo ninguna habilidad especial, me digo que estoy en el proceso, hoy siento que me creo.

El asunto es que el domingo es día de cine y no romperé la tradición.

1 comentario:

  1. así nos tranquilizamos todos. Uno pone una película, se sale a bobear a la plaza y ya! el mundo no existe (al menos el domingo)

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