jueves, 13 de julio de 2006

Una recámara a lo Van Gogh, vacía y llena de tristeza.

En el estampado de la cortina se refleja la fealdad de una vivencia que se ha repetido intento con intento. La vida como la cortina yace colgada y arrugada. Qué estupidez de comparación, analogía de risa.

Llueve y tres párrafos de una narración me parecen más allá de la belleza. Hace mucho se perdió el valor para no abandonar una opinión. Confianza agotada.

Los dedos y partes del cuerpo olvidadas sudan con el vapor tremendo del lugar, el desaliento anda vestido de color invisible, sólo se percibe con las olas de calor.

Diez meses atrás la vida en el norte y los inicios de temporada en la televisión eran nuevos y vaya... esperanzadores.

Ahora la vida en el sureste y las temporadas terminan.

Acá los acompañantes son extraños que caminan pasos atrás, por mí mejor, aunque eso recree mi isla dentro de la isla.

Fin de Tempurada dicen en la tan nombrada tv (única compañía en el día, favor de dispensar). Y el antojo de makis en el restaurante donde no supimos cómo tomar una sopa sin cuchara, crece.

Aquí, la lluvia que me gusta provoca miedo de huracán. Qué más da.

Dicen que Van Gogh nació a la hora que muere el sol. Yo también.

3 comentarios:

  1. todo lo que conformó aquel inicio de temporadas sigue esperando en el mismo sitio. perdiéndose de ti.

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  2. Muy bueno post! Me encanta cómo escribe!
    Saludos!

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  3. Las cortinas son cosa seria, en mi cocina entraba mucho sol y yo puse una sábana blanca pero no me gustaba, era muy simple y la rompí en tiras, y la luz se filtraba en las mañanas hasta la pared frente a la tele, donde tenía un poster de una pareja haciendo el amor y ahí pasaba yo sentada largas horas... viendo la tele o viendo la foto sobre el refrigerador.

    Era una pareja y tenía sólo tonos azules, y estaba en una playa o por lo menos había agua...

    No importa... sólo era una cortina.

    Más se perdió en la guerra.

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