Ver caer la tarde en la silla Acapulco resulta menos tediosa, un minuto sentado ahí y te sientes pueblerino feliz, te imaginas debajo de un huamuchil con una botella de refresco en la mano, agua de sandía para los que recuerdan los días sin tanta azúcar. Otro minuto y piensas en los nuevos hoteles minimalistas que intentan copiar el estilo de Mauricio Garcés. Arroz dices en voz bajita.
La vida continúa por minutos mientras piensas que sería buena idea cargar un abanico en la bolsa, de esos de tela con flores pintadas, ¡Era de carey! te gritaba una mamá enojada al romper el tercero por "no saber abrir un abanico como Dios manda", piensas en el ecocidio y la forma despreocupada en la que solían vivir en otras generaciones, a ellos no les tocará el holocausto, quizá tan sólo el principio.
Hoy la quincena está a punto de llegar, con la laptop sobre las piernas y los audífonos tocando una playlist infinito (descubra el título de película robado) agradeces el viernes y te preguntas qué habra de cenar.