Vivir en el DF era una idea que tenía muy fija desde hace unos años, por conveniencia laboral y económica esto no ha sucedido y no estoy segura que alguna vez se podrá, aún así las visitas que he realizado siempre dejan un saldo a favor.
El fin de semana pasado me volé no uno, no dos, sino tres días en el trabajo que a pesar de todo no he perdido. Aunque esa es otra historia.
El motivo de mi visita a la gran ciudad (como decían en las películas setenteras) fue para ir al festival Corona Capital, donde se presentarían varios artistas. Los que me tocó ver fueron los siguientes:
Minus the bear.
De ellos escuché sólo las últimas dos canciones de las que entendí poco y más bien sirvieron para irme acomodando en el lugar.
She's a tease.
A quien sólo les concedí unos minutos para decidir cambiar de lugar.
Napoleón Solo.
Ellos estaban el el escenario más pequeño, estos chicos españoles me hicieron recordar los 29 años que llevo a cuestas, principiantes con un sonido poco definido pero con una energía bastante pegajosa.
(Paréntesis para ir a un stand a ver a Adanowsky casando gente en una especie de registro civil de kermesse)
Triángulo de amor bizarro.
No es mi estilo favorito, además de que el sonido y la extraña pronunciación de los españoles me impidió entender las canciones que no conocía. Tal vez fui de las pocas que pensaron esto porque atrajeron a muchísima gente, así que la energía del público más la proyectada por Isabel Cea incluyendo el duelo de guitarras que protagonizó junto a Rodrigo hicieron que la media hora durante la que tocaron no pasaran en vano.
Flyleaf.
Hasta acá mi emoción por ver a los artistas que de verdad esperaba estaba en receso, a este grupo lo escuché sentada en el pasto mientras intentaba hacer funcionar mi teléfono comprobando el tan comentado fallo en la conexión telcel.
En este momento pasó algo que cambió mi ánimo por completo, perdí por así decirlo una cantidad de dinero que representa bastantes días de trabajo, bajón de ánimo, lágrimas, ayuda para buscarlo y suspiritos que se intentaron dejar de lado para seguir con el concierto y mi fin de semana. Debo confesar que esa pérdida aún me duele y me hace creer que una de mis funciones en este universo es ser proveedora de otros con todo lo que he perdido por descuidos tontos, pero bueh, esa es otra historia y al final lo material puede recuperarse (en este caso las frases clichés son más que válidas).
The temper trap.
Aún con el ánimo apachurrado alcancé a disfrutar canciones que no conocía muy bien, no mentiré al negar que la canción que esperaba era Sweet disposition, como fan de 500 days of summer debo confesar que las notas de esta melodía aunadas al estado de ánimo que me cargaba me provocó el primer nudo de garganta del día.
Regina Spektor.
La primera de los favoritos, con ella alcancé un lugar muy decente dentro del público, la mayoría eran fans mujeres acompañadas de amigos y novios medio resignados a quienes, a pesar de todo les resultará casi imposible negar el talento de esta chica. Canciones-éxito que sumados a su increíble voz, ojos grandes y claros, piel palídisima, labios rojo alucinante y carisma me regresaron un poquito de la felicidad que había perdido. Algunos se quedaron esperando Us y Hero (al parecer el soundtrack de 500 mueve fibras en muchos) yo con That time, On the Radio y Fidelity me dí por servida.
James.
Uy, consentidazos, a partir de ahí era de decidir en qué escenario quedarse una hora mientras en el otro tocaba otra banda, a riesgo de ver unos cuantos puntitos a lo lejos y sufrir por la inestable calidad del sonido. Echo & the bunnymen fueron vistos a través de pantallas hasta que llegó la hora en que Tim Booth y compañía entregaron sin temor a sonar cursi el corazón. Fue con She's a Star cuando de verdad retuve una lagrimita de niñita cursi. A lo largo de la presentación mi yo interno bailaba desenfrenadamente, el exterior no lo lograba porque ay qué pena y no había mucho espacio alrededor. Por supuesto que amé Say Something, Sometimes y Laid.
El final llegó con una larga espera entre muchos empujones y la emoción de ver a través de pantallas a Interpol que se presentaba en el escenario contrario al que yo esperaba la última banda. La verdad sí me aburrieron un poco, y las últimas canciones sonaron a una sola e interminalbe, pero vaya, la presencia de Paul Banks despierta en casi todas un deleite puberto. Vestido de negro, con una voz enigmática y pose de poder sostener un martini con la elegancia de James Bond hizo pequeños oasis entre mi tortura de sed, hacinamiento y cansancio.
Pixies.
Los más esperados, a quienes desafortunadamente no pude disfrutar como merecen por problemas de posición entre el público, mi acompañante y yo salimos huyendo buscando un poco de aire y agua. A lo lejos nos emocionamos con Here comes your man pero nos perdimos las imprescindibles La La La Love you y Where is my mind. El bajón nos tomó a los dos y tuvimos que emprender la retirada adelantada con otros tantos para alcanzar el metro. Algún día repararemos este sacrilegio.
Aún con todos los problemas y tragos amargos la experiencia valió la pena. Eso es vivir, tener comodidades y pocos sobresaltos contra emociones nuevas, lágrimas y música que hace saltar el corazón.
No queda más qué decir, después del recuento concluyo que la música me hace tener un poco de fe extra en la felicidad.
Nota al margen: Sé que las fotografías de concierto tomadas desde un celular apestan el 99.99% de los casos, pero las ganas de preservar esos momentos son necias y no entienden de razón.