miércoles, 2 de febrero de 2005

Escapando de la fiesta.

Camino en la calle desierta, empapados los pies y hasta la orilla de las calcetas, los tobillos a punto de helarse, y los dedos, ésos hace tanto que están entumecidos.

El concreto parece titiritar también, exhala un vaho a través de su superficie, una niebla citadina que se arrastra y se eleva para difuminar el color naranja de las escasas lámparas encendidas. Las casas yacen dormidas desde hace un par de horas, y los inquilinos poco se preocupan por la seguridad del tanseúnte. Yo soy una de ellos, transitando a deshoras, con el peligro encima dirían algunos, pero no temo.

El único miedo es la incertidumbre del futuro, charlatanerías, me preocupan sólo mis pies, ésos que están a punto de provocarme hipotermia (exagerada). Tengo que llegar a mi casa. Después de la huida. Después de saberme anciana a los diecinueve.

La fiesta era aburrida, y hasta ahora prefiero calentar mi garganta con chocolate que con charanda barata.

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