miércoles, 10 de enero de 2007

Mandarinas para acompañar.

En la mano derecha, media mandarina; en la izquierda, el control remoto; sobre el estómago y apoyado en las piernas, un libro que apenas se mantiene abierto (gracias dorso de la mano izquierda); dentro de la boca mucha pulpa y unas cuantas semillas. La compañía perfecta del domingo que tardó en amanecer.

Hay arena en alguna parte del mundo y nieve que siempre espera, algunos recorridos son imposibles y más vale lo seguro. Quisiera creer.

Sueño, vigilia, otro rato de sueño, incorporarse por otra mandarina. Hay intervalos para ver en la tv a la muchacha que habla de una manera imposible y estudia en Yale, hay otros momentos para leer a la muchacha a la que la sangre la destruye (la suya, la de cerdo, qué más da).

Parar de creer, cuándo, hace meses; tan repentina o tan lentamente que el desliz pasó desapercibido, por qué, las prioridades cambiaron o simplemente se desvanecieron.

Es saber, en cierto momento, lo que se quiere, cómo lograrlo y con quién pero, al siguiente !plaf!: paralizarse. Así nada más. Paradoja explicativa: La cámara rápida terminó por invadir la vida y amenaza con llegar al final de la película sin haber entendido ni un poquito de todo lo que pasó (¿ves la figura que se queda fija en cada escena que corre como un tren? esa soy yo)

El domingo parece terminar tal y como llegó, siendo un simple receptor de sonidos, imágenes e ideas. Hay felicidad ahí, es tranquila aunque tiembla en la orilla de una duda, pero está. Es cuestión de dejar aires de grandeza, ¿o no?.

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